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Discursos dados por Sai Baba

11. 06/05/83 Veneren a la madre

Veneren a la madre

Veneren a la madre

6 de Mayo de 1983

La madre es el primer gurú del hombre. Ella le proporciona el cuerpo físico. Además le da el padre. Ella sola puede señalar el padre al niño y motivar el amor y los cuidados para aquél. La madre sostiene, cría y moldea al niño como humano y, en consecuencia, a ella se debe en primer término y en mayor medida gratitud. El padre proporciona vestido y alimento; los ayuda a crecer y posteriormente les señala al gurú, el preceptor. Por eso, sean agradecidos con el padre.

El maestro les agudiza el intelecto, amplía su visión, los dota con el poder de discernimiento y los ayuda a lograr niveles más elevados de conciencia, y horizontes más vastos de amor. Por lo tanto, también se debe ofrecer gratitud al gurú. La madre los conduce al padre, el padre al gurú y éste hacia Dios. Actualmente tenemos madres que dejan a los niños bajo el cuidado del padre y muchos padres que confían el cuidado de los niños al gurú. Sin embargo, pocos gurús conducen a sus dicípulos hacia Dios. Los padres promueven la salud y la fuerza del cuerpo; el gurú revela al residente, la realidad interna en el cuerpo.

Mi vida es mi mensaje. Siendo así, me pongo como ejemplo de reverencia a la madre. La naturaleza es la madre en cuyo seno crece la humanidad. Y la naturaleza acaricia al pequeño diciéndole: “Babu, éste es tu padre, míralo”. Aunque la madre naturaleza dirige la atención hacia Dios, los niños rara vez hacen caso. ¿Cómo podrían adorar al amo de la naturaleza aquellos que no aman a la madre que los cría con afecto y con celo?

La prueba de la bondad es la forma en que mueren

¡Niños!: ustedes han venido aquí y han tenido éxito en sus estudios. Además de desarrollar su escolaridad, deben vivir en concordancia con los deseos de sus padres. Tienen que ganar renombre para ellos. Mantengan el respeto que sus progenitores reciben de la gente. Deben complacerlos por medio de sus acciones y acrecentar su felicidad.

Hoy es el día de Ishwarama. Su significado reside en que es celebrado como el día de los niños, cuando a las criaturas se les debe recordar el ideal, cuando ella obsequió un ideal. Nadie puede escapar a la muerte, pero la meta de todos debe ser recordar en ese momento a la Divinidad y tener algún pensamiento piadoso o sagrado. La importancia de este día es conocida para muchos. Existe un refrán en télegu: “La prueba de la bondad es la manera en que mueren los buenos”. La devoción genuina se hace evidente durante los momentos postreros. Ahora les voy a referir un incidente a propósito de la bondad de Ishwarama.

Los cursos de verano habían comenzado en Bangalore. En la mañana se servía el desayuno a las siente a los estudiantes que habían ido al nagarasankirtan (cantos espirituales en la calle) y regresado a las seis. Yo les di darshan cuando terminaron y posteriormente fui a tomar un baño. Entretanto, Ishwarama había terminado de bañarse; tomó su café, muy contenta como de costumbre, y se sentó en la terraza interior. De pronto gritó tres veces en dirección al baño: “Swami, Swami, Swami”. Yo respondí: “Ya voy, ya voy”. Durante ese lapso exhaló su último suspiro. ¿Qué mayor señal de bondad se puede pedir? No tuvo necesidad de que la asistieran ni la cuidaran. En esos momentos, Swami viene a la memoria solamente para muy pocos. La mente usualmente busca y se adhiere a tal o cual objeto, alguna joya o cosas de valor.

Ella llamó desde la planta baja: “¡Swami, Swami!” Yo respondí: “Ya voy, ya voy?”, y entonces partió. Fue como el llamado del elefante y la bendición del Señor que acude a él; los dos cables que se conectan, la liberación que ocurre de manera instantánea.

La señal de una vida ideal

Ésta es la consumación auténtica a la que la vida debe aspirar. Junto a ella en esos momentos estaban su hija Venkamma y su nieta Shailaja; pero ella llamó únicamente a Swami. La obtención de ese anhelo en el momento final es el fruto de la pureza sagrada, el signo de la vida ideal deseable. Tal actitud debe emerger por sí misma, no por la intervención de alguna fuerza externa. He aquí un ejemplo aleccionador: una vez hubo un hombre cuya devoción era grande. Tenía cuatro hijos, y con el fin de que sus nombres le recordaran al Señor los había bautizado como Govinda, Narayana, Krishna y Rama. Pensaba que por una u otra razón tendría siempre en la lengua el nombre del Señor. Para facilitar su plan, inició una fábrica y mantuvo ocupados en ella a sus hijos de manera que pudieran responder a su llamado cuando los nombrara.

Anhelen al Señor en el momento de la muerte

El día llegó en que tuvo que rendirse a la muerte. Llamó a Govinda; el hijo llegó y dijo: “Aquí estoy, padre”; llamó a Narayana: “Aquí estoy, padre” respondió éste y se quedó al lado de su cama. Llamó a Rama, quien vino y le preguntó qué era lo que deseaba confiarle. Finalmente llamó a Krishna, quien también se inclinó deseando saber el mensaje que su padre tenía para él. Al ver a su alrededor a sus cuatro hijos, la mente del moribundo fue presa de la ansiedad. Entonces dejó escapar estas palabras: “¡Todos ustedes están aquí! ¿Quién está entonces en la fábrica?” Esas fueron sus últimas palabras; ése fue su último pensamiento.

Cuando se está enredado en el mundo, al final solamente emergerán pensamientos mundanos. Para aquellos que lo anhelan de todo corazón en ese momento, el Señor mismo se presentará ante ellos. Por eso, el individuo debe apegarse a sus amistades y parientes, en términos mundanos. Debe honrarlos, pero se debe ofrecer amor y lealtad ilimitados durante toda la vida únicamente al Señor.

Prashanti Nilayam, 6-5-83