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Libros escritos por Sai Baba

15.CULTIVEN LA SENCILLEZ Y DESECHEN LA OSTENTACIÓN

Si quisieran, podrían llegar a dominar un millón de áreas de estudio, pero si no han cultivado la actitud de desapego de nada valdría toda esta maestria y erudición. El medio principal del bharathiya es el compartirlo con otros, el servir a otros. La educación es ennoblecida cuando se inculca con ella el espíritu de servicio. El servicio que se preste debe estar libre de hasta la más leve traza de egoísmo o mezquindad. Pero esto tampoco es suficiente. Ni el pensamiento del servicio deberá estar manchado por el deseo de recibir algo a cambio: deben llevarlo a cabo tal como si fueran a realizar un sacrificio importante. Así como los árboles no se comen sus propios frutos, sino que los ofrecen con una actitud de desapego para que los disfruten otros; así como los ríos, sin beber del agua que traen, calman la sed y refrescan a los que sufren con el calor; así como las vacas ofrecen esa leche que producen, en primer lugar para sus crías, con un espíritu de generosidad para compartirla con otros; así también todos aquellos que lo hayan adquirido deben ofrecerle el Vidya a otros, impulsados por la motivación del servicio y sin que interfiera ningún interés egoísta. Solamente de este modo podrán justificar su posición de "hombres nobles".

El auténtico erudito no deberá albergar en ningún momento algún rasgo egoísta en sus pensamientos. Sin embargo, es de lamentar que los hombres doctos de hoy, como clase, estén marcados por un egoísmo ilimitado. En consecuencia, persiguen ideales equivocados y se lanzan por caminos desviados. Le hacen entrega de los beneficios de la educación sólo a su grupo más cercano, de lo que resulta que se están privando del sitial que les correspondería como personas buenas, virtuosas y del respeto que ello implica. Uno deberá brindarle generosamente a los demás todo el conocimiento, la destreza y la intuición que haya adquirido. Si no lo hace así, se hará peligrar el progreso humano mismo. Para promover el mejor interés del género humano, uno deberá cultivar el sagrado impulso del servicio a otros y la actitud de compasión.

El repetir mecánicamente, como lo hacen los loros, "el servicio al hombre es servicio a Dios", no es algo que pueda extenderse hacia todos los hombres. Los que proclaman repetitivamente este axioma no indagan respecto a quiénes son los hombres a los que hay que servir. Se muestran ansiosos, únicamente, de llenar sus propios estómagos y, con este propósito, restringen sus horizontes mentales a la mera superación de su propia gente. Esto hace que desperdicien la valiosa educación que han recibido. El hombre olvida el hecho de que Dios se encuentra en forma perceptible en todos los seres. El servicio prestado a cualquier ser es un sacrificio ofrecido a Dios. Esto ha de constituir la meta principal de todas las personas educadas.

Nara es Narayana: El hombre es Dios. Cada acto del hombre ha de ser ennoblecido como un acto de servicio a Dios. Sin embargo, los estudiantes de hoy no saben qué es exactamente Narayana y qué significa Nara. ¿Cómo puede una persona afirmar que es educada, cuando es incapaz de identificar el principio de Narayana? Ellos son las entidades que las Upanishads señalan como thwam y como thath ("tú" y "aquello"). Quien no tenga conciencia de ellos no podrá proclamarse conocedor de sí mismo. ¿Y cómo podría servir para revelar alguna cosa la religión que no le revela a uno lo que es en sí mismo? Para mala suerte nuestra, empero, las personas educadas que cumplen el papel de educadores no se dedican a promover lo que vaya en nuestro propio interés ni a servirnos, sino a perjudicar como consecuencia de sus actos equivocados. Esto llama poderosa mente la atención y resulta muy curioso. Porque las personas educadas no solamente deben servir a aquellos que les ayudan, sino también a los que les perjudican. Esta actitud es la que hace que el servicio sea doblemente sagrado. El servir a quienes nos prestan servicio no representa sino una reacción natural. Mayor virtud representa el servir a aquellos que nos dañan. Porque este último curso de acción implica una comprensión más profunda de uno y de lo que nos rodea. La educación debe conferir y cultivar estas cualidades.

Uno deberá ser cauteloso al tratar con gente inculta. También con individuos desagradecidos que se olvidan del bien que se les ha hecho. La ley es el instrumento que el gobierno emplea para castigar a los que han obrado mal. Sin embargo, la persona educada o el estudiante no deberán proceder a condenarlos sin reservas. Deberán manifestar su natural virtud de desapego y practicar su característica actitud de servicio.

El proteger a la patria representa un noble deber. Es el primer deber del estudiante. El estudiante no podrá pretender que ha aprendido mucho a menos que sea capaz de descubrir lo que es su deber y de cumplir con él y con lo que debería ser su papel inmediato cuando las circunstancias exijan su decisión. El hombre educado y el estudiante que está recibiendo una educación deberán cultivar ambos la sencillez y desechar la ostentación. Si son afectos a la ostentación perderán su naturaleza o individualidad genuina. Los estudiantes deben tomar nota de este punto. Ya sea que una persona sea un maestro en todas las ciencias o un famoso y gran intelectual, será ciertamente marginada de entre los eruditos y los sabios si no muestra humildad y disciplina en su trato con los demás. Estas personas no serán honradas por la sociedad. Puede que se ganen su respeto por algún tiempo, pero muy pronto esta actitud desaparecerá. Y este tipo de respeto no le valdrá reputación alguna a quien lo reciba. Sólo la falta de artificio y la sencillez atraen el honor y hacen que éste sea grato. La necia exhibición de erudición no produce sino rachas de reputación y de ridículo. Cuando se renuncia a la ostentación, se puede aspirar a un respeto permanente de la gente. La verdadera educación imparte un espíritu de renunciamiento, el desagrado por la ostentación y el anhelo por servir a todos.

Hay personas que se tornan engreídas tan pronto alcanzan algún conocimiento. Pretenden ser expertos en todos los campos del conocimiento y se vanaglorian a diario de sus logros. Se pavonean por todas partes como si ya lo supieran todo. "El plato de hojas en el que se haya servido la comida se mantendrá firme en el suelo, en tanto que el plato de hojas en el que no se haya puesto nada, echará a volar con la primera brisa", así reza el proverbio. De manera similar, la persona que sea muy docta y realmente erudita, llevará una vida sin pretensiones, en tanto que la que no haya logrado una educación genuina, ni la firmeza que ésta confiere, vivirá en la vanagloria y la soberbia: luchará tenazmente por ocultar sus defectos a los ojos de los demás. Mas todo este empeño fracasará al final y deberá enfrentarse a una doble derrota: no llegará a experimentar la bienaventuranza ni llegará a impartírsela a otros. Se transforma tan sólo en blanco para el ridículo.

De modo que no deben permitir que el deseo de ostentación entre en sus mentes, no dejen que se les acerque siquiera el egoísmo. Mantengan la humildad y la lealtad hacia los ideales superiores; sólo entonces podrán servir a la causa de la paz y la prosperidad del mundo. Unicamente cuando el individuo logra exitosamente ser bueno puede también llegar a ser bueno el mundo.

El que anhele llegar a ser un verdadero estudiante deberá fijarse como meta el ideal de la paz y la prosperidad del mundo. Deberá dejar de lado toda pretensión. Deberá hacer voto de servir a otros. Y ello representa la esencia de Vidya o la genuina educación.