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Libros escritos por Sai Baba

4. La moralidad femenina

La gente suele referirse a diversos deberes, derechos y obligaciones, pero éstos no constituyen la moralidad básica que conduce a la Verdad; son tan sólo medios y métodos para reglamentar las complicaciones inherentes en el diario vivir. Estos deberes no son fundamentales. Todos estos códigos morales y modos de conducta aprobados, son inducidos por la necesidad de acomodar dos tipos de criatura y dos tipos de naturaleza, a saber, el masculino y el femenino.

Cada uno representa un aspecto fundamental. La Naturaleza y la Conciencia Absoluta, lo palpable y lo sutil, lo inerte y lo consciente, la pareja eterna que impregna todo, Toda esta creación se ha producido debido a la interrelación de lo inerte y lo consciente, ¿no es así? Similarmente las diversas costumbres surgieron a causa de esta bifurcación. Toda esta ramificación y elaboración de obligaciones de la vida de virtud se deben a esto: lo masculino y lo femenino.

Es por ello que la principal obligación moral para el progreso tangible del mundo se basa en la conducta y comportamiento virtuosos de estos dos: sea cual fuere la enseñanza que cualquier gran maestro vaya a propagar, no puede pasar por encima de estas dos naturalezas diferentes.

La moralidad masculina para el hombre y la moralidad femenina para la mujer son importantes aplicaciones de la virtud que lleva a la Verdad, mencionada al comienzo. Los demás códigos y disciplinas son meramente accesorios, tributarios como los rios que se unen al Godavari a lo largo de su curso. Están relacionados con las diferentes circunstancias, situaciones y estados que son todos temporales; deben prestar atención al río principal y no a los tributarios. Del mismo modo tomen en cuenta la moralidad mayor de las naturalezas masculina y femenina como guías principales en el modo de vivir, y no le adjudiquen a moralidades de poca monta un lugar decisivo en el esquema de la vida.

El principio femenino se describe como la ilusión que Dios se impuso a Sí mismo, como la Energía con la cual se dotó por Su Propia Voluntad. Esto es lo que llamamos "ilusión cósmica" (Maya), la Forma Femenina. Esta es la razón por la cual la mujer es considerada como la encarnación de Divina Energía.

Ella es la compañera fiel del hombre, es su fortuna; desde que ella es la concretización misma de la Voluntad Suprema, ella es Misterio, Maravilla; la representante del Principio protector, la Reina de su hogar, su benefactora, la iluminación de la casa.

Las mujeres, quienes son depositarias del Principio de Divina Energía, no son inferiores en manera alguna. ¡Cuán llena de fortaleza, paciencia y amor es su naturaleza! Su autocontrol es raramente igualado por los hombres. Sirven de guía y ejemplo para que los hombres las sigan por el sendero espiritual. El amor puro, desprovisto de egoísmo, es innato en las mujeres. Mujeres llenas de sabiduría, que tienen cultura, impulsadas sólo por amor y ansiosas por discernir claramente sí sus palabras y actos concuerdan con las leyes de la virtud y la moralidad, son como la Diosa Lakshmi (Diosa de la Fortuna), y llenan el hogar de dicha y buena fortuna. Ese hogar, en que el esposo y la esposa están unidos por amor sagrado, en el cual ambos se dedican cada día a leer libros que alimentan el Alma, en donde se canta el Nombre de Dios y se recuerda Su Gloría, ese hogar es el Hogar de Dios, ¡el Cielo en la Tierra! La mujer que está unida al esposo por lazos de Amor Divino (desinteresado), es sin duda una flor que irradia excepcional perfume; es una piedra preciosa que alumbra con su brillo a toda la familia. Una esposa dotada de virtud es realmente una alhaja refulgente.

La castidad es el ideal para las mujeres. Gracias a la fuerza derivada de esa virtud, pueden lograr cualquier cosa. Savíthri fue capaz, gracias a ese poder, de recuperar la vida de su esposo. De hecho luchó con el Dios de la Muerte y lo derrotó. Anasuya, la esposa del sabio Athrí y madre del divino Dattatreya, logró transformar a la misma Trinidad en infantes. Nalayaní, que dedicó su amor y su vida a su esposo leproso, logró, gracias a la misteriosa fuerza de su castidad, detener el sol en su trayectoria.

La castidad es la joya principal en la corona de la mujer. Esa es la virtud por la que debe ser más alabada. Sus consecuencias benéficas no pueden ser expresadas en palabras. Es el aliento de su vida. Por medio de su castidad, y del poder que esa castidad otorga, puede salvar a su esposo de calamidades... Se salva a si misma mediante su virtud y gana sin duda alguna, hasta el mismo paraíso gracias a ella. Damayanthí redujo a cenizas a un cazador que trató de molestarla, con sólo el poder de su "palabra". Soportó todas las dificultades de su vida solitaria en la jungla, cuando su esposo, el Rey Nala, la abandonó, al convertirse repentinamente en víctima de un cruel destino.

La modestia es esencial para la mujer; es otra de sus joyas inapreciables. Sí una mujer sobrepasa los límites impuestos por la modestia, se opone a los dictados de la moralidad y de la virtud. El transgredir esos límites acarrea muchas calamidades; ya que al hacerlo, se destruye la gloría misma de la femineidad. Una mujer sin modestia carece de belleza y cultura. La humildad, la pureza de modales y pensamientos, la docilidad, la entrega a ideales elevados, la sensibilidad, la dulzura de temperamento, la singular mezcla de todas estas cualidades es lo que constituye la modestia. En verdad es la más valiosa de sus joyas.

Automáticamente se da cuenta de cuál es la conducta correcta y cuál la incorrecta, y se mantendrá firmemente adherida sólo al comportamiento y a las acciones virtuosas La modestia es la prueba de la grandeza de la mujer.

Si una mujer carece de modestia, está dañando los intereses de la femineidad misma, además de socavar su personalidad. Es entonces como una flor sin perfume, que el mundo ni honra, ni aprecia, ni siquiera aprueba. La ausencia de modestia hace que la vida de una mujer sea un desperdicio y un vacío, aunque esté ricamente dotada de un sinfín de otras habilidades y méritos. La modestia la eleva a las alturas de sublime santidad. La esposa modesta está imbuida de sutil autoridad en el hogar y fuera de él, tanto en la comunidad como en el mundo.

Algunos querrán interrumpirme y preguntar: "Sin embargo, actualmente muchas mujeres reciben honores aunque no les quede una pizca de modestia Andan por todas partes con la cabeza en alto y el mundo las aclama sin el menor discernimiento". Pero, Yo no tengo necesidad de informarme con respecto a estas actividades del mundo actual. Ellas no me preocupan. Es posible que el tipo de mujer que se menciona logre acaparar cierto tipo de honor y respeto, pero éste no está autorizado, ni es merecido. Cuando se honra a quien no lo merece, ello equivale a un insulto; y el aceptarlo significa rebajar la verdadera dádiva. El honor se convierte en adulación. Esta adulación es derramada sobre las impúdicas por personas egoístas y codiciosas. Es como un salivazo repugnante y sucio.

Como es natural, la mujer modesta no anhela recibir honor o elogio. Su atención siempre estará en los limites que no debe transgredir. Honor y elogio le llegan sin que los busque y sin que lo note siquiera. La miel que se encuentra en el interior de la flor de loto no ansia la llegada de las abejas. Las flores no piden a las abejas que se acerquen. Sin embargo, como éstas ya han probado su dulzura, buscan las flores y se precipitan sobre ellas. Vienen por el vínculo, que existe entre ellas y la dulzura. Similar es la relación entre la mujer que conoce los límites del decoro y el respeto que despierta involuntariamente, por atenerse estrictamente a esos limites.

Si un sapo se sienta sobre un loto y proclama este hecho al mundo, ¿significa esto que sabe del valor de la belleza y de la dulzura de esta flor? ¿Ha probado acaso alguna de éstas? Puede ser que adule al loto, pero, ¿significa que haya reconocido al menos lo que contiene? El honor y el respeto conferidos actualmente a las mujeres se asemeja a este ejemplo, y es entregado por personas que no saben qué apreciar ni cómo hacerlo, Esta gente no tiene discernimiento, ni fe en los valores supremos, no respeta lo realmente bueno y grande; por esos motivos no podemos calificar la apreciación que ofrecen de "honor" ni de "respeto". Sólo se lo puede llamar una "enfermedad" o a lo sumo "etiqueta", y eso es todo.

Los principios de la virtud espiritual no permiten que el apelativo "mujer" se le aplique a "una mujer sin modestia". Si se acumula respeto y honor sobre una persona que no observa los principios de la virtud espiritual, ello equivale a amontonar condecoraciones sobre un cuerpo inerte. El Alma que ha abandonado el cuerpo no puede disfrutar del honor que se le da al cadáver. Similarmente, si una persona que no tiene conciencia de la Realidad Absoluta, que no tiene noción del propósito de la encarnación del Espíritu Inmortal, es coronada con fama y gloria, entonces ¿quién obtiene felicidad y provecho de ello?

La mujer modesta no condescenderá a recibir ese tipo de basura y oropel vacuo. Más bien tratará de respetarse a sí misma, lo cual es mucho más satisfactorio. Este es un rasgo de carácter rebosante de una Verdad inmutable. Esta es la característica que la convierte en la Diosa de la fortuna. Por esta razón es que en la India se hace referencia a la mujer como "la diosa de la prosperidad de su hogar". Si la mujer carece de este rasgo que la distingue, el hogar se convierte en una morada de corrupción de costumbres.

La MUJER es el pilar, el sostén del hogar y de la religión. Ella planta y nutre la fe religiosa, o la seca y desarraiga. Las mujeres poseen una aptitud natural para la fe y el esfuerzo espiritual. Las mujeres con devoción, fe y docilidad pueden guiar a los hombres por el sendero espiritual y la práctica de las virtudes sagradas. Se levantan temprano, antes del alba, limpian el hogar y, después de bañarse y asearse, se sientan un rato a invocar el Nombre de Dios y meditar. Tendrán en sus hogares un pequeño cuarto reservado para la adoración de Dios. Colocarán allí imágenes y estatuas de su Deidad preferida, así como otras de santos, guías y maestros. Considerarán este cuarto como especialmente sagrado y llenarán la atmósfera con sus oraciones, tanto de mañana cono de tarde, así como en los días santificados y en las fiestas religiosas. Una mujer que se dedica a estas prácticas con constancia, será capaz de cambiar incluso a su esposo ateo, logrando que se una a ella en las oraciones o a ocuparse de alguna actividad beneficiosa, o algún plan de servicio social, imbuido por una actitud de dedicación a Dios. Es la mujer la que, sin duda alguna, mantiene la unidad del hogar; ésa es su misión. Ella es indiscutiblemente la representante de la Divina Energía.

Si por el contrario, la mujer trata de alejar a su esposo de la senda que conduce a Dios, si quiere rebajarlo desde el nivel espiritual al nivel de lo sensual, o si el esposo trata a su mujer, entregada a la búsqueda espiritual, como a una persona que sigue el camino equivocado y trata de desviarla, el hogar de tal pareja no merece esta denominación; no es un hogar; es un infierno, donde fantasmas y espíritus perversos están de parranda.

La mujer, a decir verdad, debe esforzarse por alcanzar el conocimiento del Alma y vivir cada momento de su existencia consciente de ser nada menos que la encarnación del Alma Suprema. Debe demostrar siempre el deseo de llegar a ser una con la Divina Conciencia. El hogar en que la mujer es así y donde esposo y esposa llevan una existencia en consonancia con grandes ideales, donde los dos cantan juntos la Gloria de Dios, y se dedican a las buenas obras, donde reinan la Verdad, la Paz y el Amor, donde se lean regularmente libros sagrados, donde los sentidos están controlados y donde se ha dado igual trato de merced a toda la creación, fundada en la noción de la unidad básica de todo lo creado, ese hogar es ciertamente el Reino de Dios en la Tierra.

Una esposa que posee tal carácter es digna de su nombre. Tiene que tenerle verdadero Amor al esposo; solamente entonces merece ser llamada "dueña de casa". Sólo entonces es compañera del marido en el cumplimiento de los deberes y derechos de la vida matrimonial en el camino hacia Dios; una digna esposa; el instrumento y la compañera para lograr una acción recta con ella misma y con los demás, para rezar al Señor en los momentos de angustia y para encontrar "la Verdad", lograr el desapego de todas las cosas de este mundo falso y temporal. Ella, que conoce la mentalidad de su esposo y habla con suavidad y dulzura es la verdadera amiga. ¡A veces incluso debe señalarle al esposo el sendero de la virtud, en cuyo caso asume el rol de un Padre! Cuando el esposo está enfermo, ella se convierte automáticamente en su Madre.

La mujer debe otorgar al servicio de su esposo el lugar más destacado, el más importante en su vida. Ese es su Verdadero Culto. Ante él sus oraciones, sus rituales y su meditación pueden esperar. Si no se dedica totalmente al esposo, le será difícil lograr bienaventuranza en el culto o la meditación.

La esposa debe, en una palabra, darle la bienvenida a Dios, que se le manifiesta en forma de esposo y todo servicio rendido al esposo debe ser elevado a nivel de culto Divino. Ese es el sendero del deber genuino. Si todo acto humano se lleva a cabo en beneficio del Alma y su unión final con el Alma Universal, entonces toda actividad se convierte automáticamente en dedicación al Señor. Ese tipo de actividad no produce ataduras, sino que contribuye a la liberación del individuo.

No importa cuán malvado o ruin sea el esposo, la esposa debe, sólo por medio de su Amor desinteresado, cambiarlo, corregirlo y hacerle enderezar el rumbo, ayudándolo a ganar las bendiciones de Dios. No es correcto creer que su progreso es lo que importa, y que no tiene injerencia alguna en el mejoramiento o la elevación espiritual de su esposo. Por el contrario, ella debe sentir que el bienestar del esposo, su dicha, sus deseos y su salvación, también representan una panacea para ella. Tal mujer recibirá la Gracia de Dios automáticamente, sin esfuerzo especial; esta Gracia será derramada sobre ella. Dios estará siempre a su lado y Su benevolencia se manifestará de muchas formas. Gracias a su virtud podrá asegurar la salvación de su esposo.