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Libros escritos por Sai Baba

5. Los rituales y la penitencia de los ancianos

LOS RITUALES Y LA PENITENCIA DE LOS ANCIANOS

Dharmaraja aceptó los consejos de Vasudeva (otro nombre de Krishna: aquel que es inmanente en todo), al igual que las bendiciones de Vyasa y envió a sus hermanos al mando del ejército, a traer el oro que había sido abandonado por los brahmines. Partieron inmediatamente después de haberse purificado realizando ofrendas consagradas. Tiempo después descubrieron grandes cantidades del oro regalado a los sacerdotes cuando se concluyó el ritual celebrado por el emperador Marut. Esos sacerdotes habían arrojado el oro a los lados del camino a lo largo de las rutas de vuelta a sus hogares. El ejército juntó todas estas piezas y las transportaron hacia la capital en camellos, elefantes, carrozas y carretas. Debido a esto pasaron varios días para que pudieran llegar a Hastinapura con toda esa carga. Finalmente, descargaron el oro en medio de las aclamaciones de la gente.

Los ciudadanos estaban maravillados del éxito de la expedición. Alabaron la buena fortuna de los Pandavas y les dieron la bienvenida a los príncipes al llegar a la ciudad. Gritaron "Jai, jai" hasta que sus gargantas enronquecieron, y saltaban y bailaban de júbilo. Todos se imaginaban ya la fastuosidad y magnificencia del ritual a juzgar por el oro que había sido traído.

Ese mismo día se iniciaron los preparativos para la construcción del altar ritualístico y las construcciones aledañas al banco del río Ganges, en un área consagrada de varios kilómetros cuadrados de extensión. El suelo fue limpiado y nivelado, se construyó la plataforma, bellas construcciones se erigieron sobre la vasta área, se añadieron portales y terrazas. Se embellecieron las estructuras con banderas y listones.

Cuando el día sagrado se acercaba, los jefes tribales, brahmines, eruditos y sabios se movilizaban desde todas las direcciones hacia el lugar consagrado, apresurándose mutuamente el uno al otro, en su entusiasmo de llegar temprano. Todos ellos tomaron ubicación en las habitaciones destinadas de acuerdo con sus rangos y necesidades. Pasaban las noches contando los minutos, en una expectación jubilosa del majestuoso y eficaz ritual que podrían presenciar al día siguiente, cuando despuntara el alba.

Finalmente llegó la mañana, el auspicioso momento se acercaba, los sacerdotes tomaron sus posiciones y se dispusieron a tomar los votos de la iniciación, se pusieron de pie frente al Señor Krishna y el rey y dijeron: "¡Oh, rey! Hemos entendido que has resuelto realizar no sólo una sino tres ceremonias rituales del caballo ¿es esto correcto? Bueno, si es así, ¿deseas que los celebremos uno tras otro, o debemos repetir cada mantra y rito tres veces y proseguir toda la ceremonia as¡? Por favor, háznoslo saber, para hacer los arreglos para que los participantes y sacerdotes oficiantes puedan efectuarlo en la forma adecuada".

A esto Dharmaraja contestó: "¿Qué puedo decir yo, si ustedes son los que mejor saben de esto? Yo estaré de acuerdo con cualquier consejo que me ofrezcan y sólo pediré el consentimiento de Dios a cualquier opción que escojamos", y miró hacia Krishna con ojos implorantes. Krishna dejó la decisión a los brahmines. Ellos deliberaron por unos momentos y finalmente anunciaron que el efecto de las tres ceremonias rituales del caballo (Aswamedas) podía ser asegurado al repetir cada mantra tres veces y que los brahmines presentaran el triple de las ofrendas usuales en el ritual. Vasudeva manifestó su aprobación para esta sugerencia, y tomando esto como señal, Dharmajara declaró que estaba de acuerdo y expresó sus deseos de que el ritual fuera iniciado.

La recitación de los mantras realizada por los brahmines cimbró la tierra y el cielo. Los rituales preliminares continuaron su curso y los caballos consagrados fueron llevados en su momento adecuado hacia el ritual. Fueron adornados en un estilo suntuoso y se colocaron en sus frentes los símbolos que desafiaban a tomar a cualquiera de ellos en custodia a quien se atreviera. En vista de que El, quien es el recipiente de todos los sacrificios (yajnas) había tomado por sí mismo el papel de la autoridad de presidir la ofrenda (el yajna) no existen palabras para describir la fortuna de los participantes y testigos. Este ritual llegó a una exitosa culminación con el ritual de la oblación de despedida.

Los expertos en mantras de consagración, los sabios y los brahmines fueron colmados de presentes y obsequios. Enormes cantidades de vacas, extensas tierras y vastas cantidades de oro fueron los obsequios dados por el rey. La nación entera estaba llena de felicidad. Cada uno de ellos elogiaba el ritual como algo de excelencia indescriptible. Todos los asistentes fueron alimentados espléndidamente a todas horas. ¡Los sabios ascetas que vieron toda esta abundancia exaltaron la ofrenda de Dharmaraja como superior en grandiosidad aun a la celebrada por el emperador Marut en el pasado! Estaban contentos de haber tenido la oportunidad de participar en este sacrificio (yajna). La gente afirmaba en ocasiones que el sacrificio de Marut fue presidido por Indra, el rey de los Devas (dioses) y sintieron que esto lo hacía incomparablemente superior a cualquier otro sacrificio. Pero ahora felicitaban a Dharmaraja por haberse hecho merecedor a que el propio Dios presidiera la ofrenda, un momento de gran fortuna muy superior a la de Marut y mucho más difícil de obtener.

Al final del ritual aquellos que habían venido de muy lejos retornaron a sus lugares y hogares. Los reyes y gobernadores se despidieron respetuosamente de Dharmaraja y tomaron el camino a sus ciudades. Los aliados del rey permanecieron por algunos días más y se fueron despidiendo y retornando a sus lugares de origen en los momentos en que lo consideraron conveniente.

A pesar de todo, Krishna decidió pasar algunos días más con los Pandavas, por lo cual permaneció en Hastinapura. Los Pandavas estaban complacidos por los indicios de este acto de gracia: hicieron los arreglos necesarios para la residencia del Señor, le servían todos los días, llenaron sus ojos de su belleza y colmaron sus corazones con sus palabras de instrucción plenas de gracia; pasaron días de suprema felicidad. Después de pasar algún tiempo en esta forma en la capital Pandava, Krishna regresó a Dwaraka, llevando consigo a Arjuna. Los habitantes de Dwaraka estaban embriagados de alegría cuando su Señor regresó a su capital; todos le dieron la bienvenida con entusiastas reverencias. Todos se dieron un banquete de la Divina Visión del Señor (Darshan) y se sumergieron en Bienaventuranza (Ananda).

Tiempo después llegaron a Hastinapura las noticias de que Vidura, el tío de Yudishtira, se acercaba a las orillas de la ciudad portando las vestiduras de monje; las buenas nuevas viajaron de boca en boca hasta que finalmente llegaron a los oídos de Dharmaraja, el rey. Estas noticias fueron recibidas con sorpresa y regocijo. Inmediatamente envió algunos emisarios para indagar si estos rumores eran auténticos; éstos regresaron muy pronto trayendo la información de que efectivamente Vidura había llegado, y que estaba ya cerca de la ciudad. Dharmaraja no pudo contener su entusiasmo.

"¡Ah, qué felicidad me han traído! exclamó . Este bendito momento ha hecho que el tronco seco de la esperanza haya reverdecido otra vez. ¡Ah! Ahora podré ver y servir a Vidura, quien nos crió, nos protegió y nos guió, ¡y yo que temía que nunca podría tener esta oportunidad!"

Las enternecedoras noticias se esparcieron a través de todos los miembros de la corte, entre todas las reinas, princesas y mujeres de la casa real. Dharmaraja no descansó, hacía comentarios con toda la gente que había a su alrededor acerca de la magnitud del acontecimiento. Deseaba compartir su regocijo con todo el mundo; después dio órdenes para que su ejército hiciera los arreglos necesarios para dar la bienvenida a su entrada a la capital al sabio Vidura, el más grande de los devotos de Dios, hermano de su recién fallecido padre. También se les avisó a los ciudadanos y se les pidió hacer preparativos para la gran recepción.

Los habitantes de la ciudad decoraron las calles y las residencias a ambos lados de ellas, erigieron arcos, colgaron festones e izaron banderas. Instalaron también graderías y asientos a los lados de la calle para que los niños, mujeres y ancianos pudieran tener una buena vista de la procesión del gran sabio. Era una escena muy inspiradora ver a ancianos y mujeres de edad avanzada, sosteniéndose en sus bastones, ansiosos de poder tener un vislumbre de la imagen de Vidura, a quien ellos exaltaban como la propia encarnación del Dharma, como el verdadero padrino de los Pandavas. Al principio algunos tenían la impresión de que las noticias de que Vidura había sido visto en los alrededores de la ciudad era un producto de la imaginación y no un hecho real. Muchos habían vivido ya lo suficiente como para creerse un rumor sin verificarlo personalmente. Fue por esto que muchos nunca pudieron creer que Vidura hubiera regresado a Hastinapura. Sin embargo, ahora se habían reunido en puntos estratégicos y estaban listos para el gran momento en el cual podrían posar sus ojos sobre el santo. Todas las construcciones a los lados del camino estaban repletas de gentes, los árboles soportaban el peso de atrevidos jóvenes que llenos de expectación y entusiasmo gritaban aclamando al invitado que se aproximaba.

El rey, vestido con ropas ceremoniales, subió al carruaje real y salió del palacio junto con sus hermanos para encontrar y traer a casa al famoso devoto del Señor.

Vidura apareció ante ellos caminando descalzo, lentamente y con dignidad, con su pelo trenzado y usando las vestiduras de un monje. El rey y sus hermanos se bajaron de sus vehículos, se postraron reverentemente a los pies de Vidura y caminaron detrás de él, a una distancia prudente. Los ciudadanos corrieron hacia Vidura y cayeron a sus pies, a pesar de los empeñosos esfuerzos de los guardias por hacerlos desistir de sus intenciones. Los Pandavas no podían expresar sus palabras de bienvenida, su júbilo era inconmensurable pero sus ojos lo expresaron con lágrimas de gratitud. Abrazaron a Vidura y lo mantuvieron entre sus brazos y le rogaron que subiera al carruaje para que todos los observadores de las gruesas filas que había en todos los caminos pudieran tener su Visión Divina para el regocijo de sus corazones. Después de persuadirlo y de que él accedió, Vidura se sentó en el carruaje real y dio su Visión Divina (Darshan) a toda la gente que se arremolinaba en la ruta seguida; finalmente la procesión llegó al palacio. Ese día hubo una dulce corriente de canciones y alegría que fluía a lo largo de los senderos de la ciudad.

Algunos ciudadanos estaban tan embargados por el regocijo que se quedaron como clavados al lugar donde estaban. La ardua vida de sacrificios (tapas) en la que había vivido Vidura había transmutado su personalidad a tal grado que parecía una persona diferente, alguien que brillaba con un Aura Divina, como lndra, el rey de los dioses. La gente lo describía y alababa con sus propias palabras. Muchos derramaban lágrimas al recordar las tribulaciones y pruebas que Vidura tuvo que soportar y la paz que ahora había adquirido. La reina y las princesas también tuvieron su Visión Divina en el interior del Purda y se sintieron inmensamente felices.