.



 

Libros escritos por Sai Baba

14. La partida de los Pandavas

LA PARTIDA DE LOS PANDAVAS

Era una escena conmovedora; Parikshit, el pequeño niño con la corona en su cabeza, con gran sufrimiento se aproximó a su abuelo y a los demás y aferrándose a sus pies les imploraba que lo dejaran acompañarlos a la selva; que él gustosamente comería raíces y frutas, que se sometería a los ceremoniales sagrados y que sería feliz. "Por favor, confíen el reino a algún regente virtuoso y permitan que vaya con ustedes, así podría yo servirles y hacer mi vida más llevadera", les imploraba. Aquellos que estaban en el salón alrededor de él estaban conmovidos hasta las lágrimas al ver su angustia de ser abandonado. Aun las rocas se hubieran ablandado de compasión al oír sus desesperados ruegos.

Dharmaraja pudo heroicamente reprimir sus emociones; levantó al niño y lo sentó en sus piernas, vertió sobre sus oídos palabras de consuelo y ánimo. "Querido niño, no dejes que tu mente se debilite, tú eres un niño nacido en la dinastía de Bharata. ¿Pueden nacer ovejas en la dinastía de los leones? Tu padre, tu madre y tus abuelos han sido gente de gran valor, intrépidos campeones de la verdad y que hicieron sus nombres famosos en todo el mundo. Por lo tanto, no es propio que tú llores así. Además, estos brahmines son tus abuelos, tus padres. Toma sus consejos y reina sobre estas tierras en forma justa. Alcanza la grandeza y gloria de tu nombre. Deja de lamentarte por nosotros".

Pero el niño era adorablemente tenaz y a pesar de todos los consejos de sus mayores para persuadirlo se quejaba así: "Abuelito, yo soy demasiado joven para convencerlos con mis peticiones, yo lo sé. Pero escuchen, perdí a mi padre aun antes de nacer, ustedes me criaron con el afecto y cuidados que mi padre pudo haber vertido sobre mí si viviera. Y ahora, cuando amo el cantar, jugar y vagar por ahí con mis compañeros, ustedes colocan sobre mi cabeza este gran imperio. ¿Puede ser esto justo? ¿Está bien esto? En lugar de dejarme hundido en el sufrimiento, deberían cortar mi cabeza con sus espadas. ¡Ay Dios! ¿Qué daño les he hecho para que me castiguen en esta forma? ¿No podían haberme desollado en la matriz de mi madre el día en que mi padre murió? ¿Fue mi cuerpo muerto, resucitado, solamente para que ustedes pudieran causarme este tormento?" Parikshit continuó lamentándose de su destino durante largo tiempo con gran excitación.

Arjuna no pudo soportar un momento más. Le tapó la boca al niño con la palma de su mano, lo acarició con dulce afecto, apretó sus labios contra la cabeza del niño y le habló así: "Hijo, sería una desgracia terrible para el clan Kshatriya que tú te comportaras como un cobarde. Nosotros también perdimos a nuestro padre, también crecimos y fuimos criados bajo el cuidado de monjes y ascetas y finalmente fuimos capaces de ganarnos el afecto de nuestro tío. Después de salvar formidables obstáculos, establecimos nuestra soberanía sobre este reino. Quien nos cuidó, nos guió y dirigió nuestros pasos también será en verdad tu guardián y guía. No te desanimes, sigue los consejos que los ministros y brahmines te darán por algunos años. Más tarde tú serás capaz de resolver los problemas del imperio por ti mismo".

Parikshit no podía ser convencido y dijo: "Abuelo, ahora estás renunciando al trono y al reino y dejándolo sobre mis hombros. Bueno, quédate conmigo por algunos años más, enséñame el arte y principios del gobierno y entonces podrás partir. Yo estaba feliz, libre, jugueteando y merodeando por ahí sin ninguna preocupación, porque tenía la confianza de que tenía abuelos que me protegían, aunque había perdido a mi padre. Y ahora, si ustedes me dejan, ¿cuál será mi suerte? Ustedes eran el centro de todas mis esperanzas, el soporte en el cual yo confiaba. Y ahora ustedes me están hundiendo repentinamente en la desesperación al abandonarme". El niño lloraba fuertemente, sembrando compasión en los corazones de los que veían y escuchaban y rodaba por el suelo sosteniendo los pies de sus mayores.

Arjuna lo levantó con ambas manos y lo abrazó. Lo mantuvo sobre sus hombros y lo acarició, limpiándole los hilillos de aperladas lágrimas que rodaban por sus mejillas. El tampoco pudo contener sus propias lágrimas. Después se volvió hacia los brahmines que permanecían a su alrededor y que observaban todo esto, preguntándoles por qué permanecían sólo como mudos testigos silenciosos y no intentaban consolar al niño.

Verdaderamente agobiados por el sufrimiento como para pensar en animar a Parikshit, le contestaron: "Las agudas palabras que este niño ha pronunciado nos están hiriendo como flechas, su angustia nos petrifica. ¿Qué podemos decirle? ¿Cómo podemos nosotros consolarlo? ¿Qué puede infundirle ánimos en estos momentos?" Ellos mismos estaban abrumados con su dolor.

Kripacharya, el maestro de la familia, finalmente tuvo éxito en su esfuerzo por reprimir su pena. Se limpió las lágrimas con la orilla de su vestimenta y le habló a Arjuna de la siguiente manera: "¿Qué quieres que le digamos a este niño? No nos sentimos como para decirle cosa alguna. Estamos aturdidos por la impresión. Este día estás renunciando al imperio que ganaste después de una victoria por la cual fluyeron ríos de sangre, por la cual millones perdieron sus vidas, a la cual te opusiste durante muchos años. Tú no has reinado sobre él por mil años, no, ni siquiera por un par de siglos o siquiera setenta años. ¿Quién puede predecir lo que espera en la matriz del tiempo? Por supuesto que las acciones de los grandes tienen algún significado interior. Perdónanos, ustedes son nuestros señores, ustedes lo saben mejor". Kripacharya permaneció con la cabeza inclinada porque estaba agobiado por la pena.

Dharmaraja se adelantó unos pasos y le expresó al preceptor lo siguiente: "Cada uno de mis actos estuvo de acuerdo con los mandatos de Krishna, tú lo sabes. He dedicado todas mis acciones a él. Actué mi papel tal como él lo dictó. No deseo ni retengo individualidad alguna. Todos mis deberes y obligaciones se han esfumado con la partida del Señor. ¿De qué sirve ahora la supervivencia de Dharmaraja solo? No puedo continuar en esta tierra ni siquiera por un minuto más, pues Kali ya ha venido a influir. El deber de ustedes ahora es proteger a este niño, guiándolo y entrenándolo de tal forma que pueda estar seguro en el trono. Conserven la adherencia al Dharma (los dictados de Dios), continúen con las tradiciones de la dinastía, mantengan el honor y el buen nombre de nuestro linaje. Amen a este niño y críenlo como a su propio hijo". Al terminar de decir esto, colocó las manos de Parikshit sobre las de Kripacharya. Todos los que estaban presentes ahí, incluyendo a Dharmaraja y el preceptor, derramaban lágrimas.

En pocos minutos, Vajra fue llamado para que entrara y se le informó que desde ese mismo día, el emperador de Bharat era Parikshit; por lo tanto, Vajra le rindió el homenaje apropiado al emperador del continente. Los brahmines y ministros también le rindieron los honores a su nuevo rey con las debidas ceremonias. Después, Dharmaraja sostuvo las manos de Parikshit y colocándolas sobre las de Vajra, declaró: "Este es Vajra, el Señor de los Yadavas, ahora yo lo instalo a él como rey de Matura y del Estado de Surasena". Colocó después una corona de oro e incrustada de diamantes en la cabeza de Vajra y los exhortó así: "Sean mutuamente hermanos, inseparables aliados en la paz y en la guerra, inseparables en la amistad". Llamó a Vajra a su lado y le aconsejó tratar a Parikshit como a su propio tío paterno y le aconsejó a Parikshit reverenciar a Vajra como si venerara al propio Aniruda. También les dijo a ambos que tendrían que asegurar la continuidad del Dharma incólume y considerar el bienestar de sus súbditos como el propio aliento de sus vidas.

Entonces los hermanos Pandavas vertieron auspiciosos granos de arroz sobre las cabezas de Vajra y Parikshit. Los sacerdotes y brahmines recitaron los mantras apropiados. Las trompetas vibraron y los tambores redoblaron. Con lágrimas en los ojos, Vajra y Parikshit se postraron ante Dharmaraja y los demás Pandavas. Los hermanos no podían ver la cara de los dos queridos y encantadores niños, pues estaban agobiados por la separación. Sólo les dieron un rápido abrazo y les dijeron una sola palabra de amorosa despedida; después enfilaron hacia el horizonte del más allá, sin nada más puesto que las ropas que llevaban.

Al presenciar esto, los parientes, amigos cercanos, ciudadanos, reinas y otras personas en la corte, los cortesanos y las doncellas empezaron a lamentarse lastimeramente. Los habitantes de la ciudad se lanzaron al suelo al paso de su monarca, tratando de aferrarse a sus pies. Les imploraban en forma conmovedora que se quedaran y también les pidieron llevarlos con ellos; algunos no hicieron caso de las objeciones y corrieron junto a la caravana real. A pesar de todo los Pandavas nunca dieron marcha atrás ni pronunciaron una sola palabra; sus oídos estaban cerrados a las súplicas. Sus mentes estaban en Krishna; de ahí en adelante caminaron solamente como hombres cegados por una fanática resolución, sin poner atención en nadie ni ver a nadie.

Draupadi con sus doncellas vino corriendo detrás de ellos llamando a cada uno de sus señores por sus nombres. Parikshit también los persiguió a través de las calles, pero fue detenido y llevado por los ministros, quienes trataron de apaciguarlo, aunque ellos mismos estaban también muy afectados. Pero los Pandavas caminaron sin preocuparse de nadie, sin responder siquiera a quienes los seguían, sin detenerse ni permitir que los siguieran aquellos que deseaban unirse a ellos. Cientos de hombres y mujeres tuvieron que detenerse cuando se sintieron demasiado fatigados, y abatidos por la pena regresaron a la capital. Otros que fueron más fuertes continuaron la persecución. Las mujeres de la corte, desacostumbradas al sol y los vientos, se agotaron pronto y se desmayaron en el camino. Lamentándose de los terribles acontecimientos, las doncellas les brindaron ayuda. Algunos se aventuraron a llegar a la selva, pero tuvieron que regresar pronto, después de encontrarse con los horrores del salvaje lugar. Cuando se levantaban remolinos de polvo, muchos ciudadanos colocaban este polvo respetuosamente sobre sus frentes, tomándolo como polvo de los pies de Dharmaraja. De esta forma, pasando sobre arbustos y cardos, los hermanos pronto se perdieron de vista. ¿Qué podía hacer la gente? Regresó a Hastinapura con la pesadumbre de una insoportable aflicción.

Los Pandavas se aferraron a su voto de Mahaprastanam, que es el juramento en el que se requería no comer ni beber nada durante el camino; no debían descansar, tenían que caminar en línea recta en dirección al Norte hasta caer muertos. Este fue el voto que observaron con firmeza y determinación.