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Libros escritos por Sai Baba

11. El sufrimiento de los Pandavas

EL SUFRIMIENTO DE LOS PANDAVAS

Dharmaraja estaba absorto en la meditación, recordando los consejos, la ayuda, la gracia, el amor y la simpatía que habían obtenido del Señor Krishna; repentinamente levantó su cabeza y exclamó: "¡Arjuna! ¿Qué cosas dices? ¿Qué calamidad te ocurrió en el camino? ¡Cuéntanos todos los detalles, querido hermano!" Mientras le hacía estas preguntas Dharmaraja levantó suavemente la barbilla de Arjuna. Este lo miró a los ojos y le dijo: "Hermano, todas mis habilidades y destrezas se han ido con el Señor Krishna. Ahora ya no poseo ningún poder, ni soy capaz de ninguna otra proeza, soy el más débil de los débiles, estoy verdaderamente sin vida.

Escucha, hermano, este ser tan desafortunado no tuvo la oportunidad de estar con el Señor Vasudeva cuando partió a su morada, pese a que estaba en esos momentos en Dwaraka. ¡No hice los suficientes méritos para obtener esa fortuna! No pude tener la gracia de ver a nuestro Divino Padre antes de que partiera. Más tarde Daruka, el auriga del Señor, me dio el mensaje que El le había dado para mí cuando se fue. El escribió este mensaje con su propia mano".

Al decir esto, sacó de los pliegues de su ropa una carta, la cual consideraba más preciada que su propia vida, pues provenía de Krishna y estaba escrita por la propia mano del Señor. Puso la carta en manos de Dharmaraja, quien la recibió reverentemente con ansiedad y prisa: después la apretó contra sus ojos llenos de lágrimas. Trató de descifrar la escritura a través de la cortina de lágrimas pero no tuvo éxito.

Después empezó a leer: "Arjuna, ésta es una orden mía; llévala a cabo sin demora alguna, plenamente y hasta su fin. Ejecuta esta tarea con valor y prestancia." Luego de esta frase, Krishna detalló la tarea en las siguientes palabras: "He terminado la misión para la cual he venido, ya no estaré más en este mundo, con este cuerpo. Me voy. En siete días a partir de hoy Dwaraka se hundirá en el mar, el océano se tragará todo excepto la casa que yo ocupaba. Es por esto que debes llevar a la ciudad de Indraprasta a las reinas y otras mujeres sobrevivientes, junto con los bebés, niños inválidos y ancianos. Estoy partiendo y por eso pongo en tus manos toda la responsabilidad de las mujeres y los demás Yadavas supervivientes. Cuida de ellos como si fueran tu propia vida; condúcelos a Indraprasta y protégelos del peligro". La posdata decía: "Así escribió Gopala (Krishna; Dios) al partir hacia su morada".

Dharmaraja terminó de leer y se percató de que Bhima, Arjuna, Nakula y Sahadeva lloraban copiosas lágrimas, sentados inmóviles como rocas, ajenos a cualquier otra cosa. Arjuna dijo: "Hermano, no tenía deseos de vivir por un solo instante más sin el Señor entre nosotros y decidí ahogarme en el mar que se tragaría a Dwaraka; hubiera querido rajar mi cabeza con este arco y morir. Sin embargo, esta orden me forzó a desistir; el mandato de El, que es el ordenador del universo, me ató a esta tierra. No tuve tiempo de idear un plan de acción, todo tuvo que ser hecho rápidamente".

"Celebré los últimos ritos que tienen que brindársele a los muertos, de acuerdo con los Shastras. Con la gran angustia de que el mar pudiera tragarse a Dwaraka antes de que pudieran ser evacuados las mujeres, niños y ancianos, los apresuré para que saliéramos hacia Indraprasta, tal como lo había ordenado Krishna. Abandonamos Dwaraka contra nuestra voluntad. Logramos llegar a los límites de Panchananda (Punjab) con los corazones plenos de pesadumbre por la ausencia de Krishna, pero tenía la urgencia de seguir adelante por la necesidad de obedecer la Divina orden y de acuerdo con ella llevar a cuestas la carga de esa gente.

Un día, cuando el sol estaba ocultándose, un río crecido nos impedía el paso y a esas horas de la tarde no nos atrevimos a cruzarlo. Decidí que acampáramos a la orilla del río durante la noche. Reunimos las joyas y objetos de valor de todas las mujeres y las pusimos en un lugar seguro; las reinas descendieron de los palanquines y las doncellas se recostaron para descansar. Me aproximé al río para los rituales de la tarde caminando triste y pesadamente por la tristeza de la separación de Krishna. Mientras tanto, una densa oscuridad invadía el lugar y pronto escuchamos los salvajes gritos de guerra de los bárbaros, que provenían de los oscuros alrededores. Escudriñé en la noche y me di cuenta de que una horda de nómadas habitantes de la selva se abalanzaban hacia nosotros, armados con palos, lanzas y cuchillos. Aquellos bárbaros pusieron sus manos sobre las joyas y otros valores y después empezaron a arrastrar a las mujeres y las ataron de pies y manos.

Les grité y los amenacé con las más terribles consecuencias: "¿Por qué quieren caer como polillas en el fuego? les preguntaba . ¿Por qué quieren encontrar la muerte como el pez que ansía el gusano del anzuelo?" También les dije: "No se precipiten hacia la muerte en este vano intento de obtener un botín". Y les advertí: "Me imagino que no saben quién soy yo. ¿No han oído hablar del temible arquero Arjuna, hijo de Pandu, que venció y derrotó a los conquistadores de los tres mundos, Drona, Bhishma y Karna? Puedo enviar al reino de la muerte a todo el conjunto completo de ustedes con el solo sonido de la cuerda de este arco, mi incomparable Gandiva. Huyan antes de que encuentren su destrucción, o si no, alimenten con sus vidas a este hambriento arco".

A pesar de esto, continuaron sus nefastas acciones sin descanso, su cruel ataque no disminuyó; cayeron sobre nuestro campamento y se atrevieron a atacarme incluso a mí. Me alisté a la pelea y dispuse flechas divinas para enfrentarme a ellos; pero ¡oh Dios! sucedió una cosa terrible, no puedo explicar cómo o por qué de todos los mantras sagrados con los cuales se llena de potencia un arma, no pude recordar uno solo. Olvidé el proceso de la invocación y revocación. Estaba indefenso.

Ante mis propios ojos, las bandas de ladrones arrastraron a las reinas, doncellas y otras mujeres, quienes gritaban en agonía, llamándome por mi nombre: "¡Arjuna, sálvanos, rescátanos. ¿No nos oyes? ¿Por qué estás sordo a nuestros lamentos? ¿Nos estás dando a estos bandidos? Si hubiéramos sabido que éste sería nuestro destino, mejor hubiésemos muerto en el mar con nuestra querida ciudad de Dwaraka". Oí todo esto con una terrible angustia; lo vi todo. Las mujeres, niños, ancianos e inválidos gritaban y huían en todas direcciones. Igual que un león al que le hubieran sacado los dientes y cortado las garras, no pude atacar a esos rufianes. No pude siquiera tensar mi arco. Los ataqué con las flechas en mi puño. Muy pronto éstas se terminaron también. Mi corazón ardía de ira y vergüenza. Me disgusté por mi propia debilidad. Me sentía como si estuviera muerto. Todos mis esfuerzos fueron en vano. La gran aljaba de flechas interminables, tan ampliamente bendecida, me falló después de que partió Vasudeva.

Mi poder y habilidades partieron con Krishna cuando El se fue de aquí. ¿O de qué otra forma pudo ocurrir este infortunio y que mi ser fuera un indefenso testigo de este rapto de mujeres y niños que había dejado bajo mi cuidado? Por un lado estaba torturado por la separación de Krishna y, por el otro, por el dolor de no poder cumplir con sus órdenes. Como el viento que aviva el fuego, esta calamidad agregó más combustible a la angustia de mi corazón. Cuando presencié el destino de esas fieras salvajes, mi corazón se redujo a cenizas. ¿Oh, Señor Krishna! ¿fue para esto que nos rescataste de los peligros del pasado, para inflijirnos este drástico castigo?"

Arjuna lloraba y golpeaba su cabeza contra la pared por la desesperación; el salón estaba lleno de pesadumbre, todos se estremecían por el sufrimiento. La roca más dura se hubiera ablandado de compasión. De los ojos de Bhima fluían ríos de lágrimas calientes. Dharmaraja estaba horrorizado de verlo llorar así. Se acercó a él y le habló amorosa y suavemente a fin de consolarlo. Bhima se recuperó después de algunos momentos, se arrojó a los pies de Dharmaraja y le dijo: "¡Hermano! No quiero vivir un momento más, déjame ir. Iré al bosque y con el nombre de Krishna en mis labios me prenderé fuego para llegar al origen. Este mundo sin Krishna es el infierno para mí". Después secó sus lágrimas con un pañuelo que sostenía entre sus manos.

Sahadeva, que había estado en silencio por largo tiempo, se aproximó a Bhima y le dijo: "Cálmate, no te perturbes; ¿recuerdas la contestación que Krishna le dio a Dritarashtra aquel día en el salón de asambleas, cuando él fue a negociar alguna forma de paz entre nosotros?"