06. 19/05/00 La exaltada naturaleza de la devoción | 19 de Mayo de 2000
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La devoción es la clave del camino espiritual,
y es vital para navegar por el mar de la vida;
la devoción intensifica el anhelo por la Divinidad,
y es el peldaño hacia la liberación.
Encarnaciones del amor, estudiantes, muchachos y chicas!
Esta tierra de Bharat ha proclamado elocuentemente a través de los siglos las virtudes de bhakti, la devoción. La devoción no significa simplemente la observancia de rituales, la realización de austeridades o la meditación. La devoción significa un amor sincero e intenso por el Señor. Implica un amor puro y constante, no contaminado por deseos o acciones egoístas. Dicho amor no conoce fronteras y está más allá de todos los reglamentos. El flujo espontáneo de amor desinteresado del hombre hacia Dios es la verdadera bhakti. El amor mezclado con deseos mundanos no puede llamarse devoción. El único deseo que debemos tener es por Dios; todos los demás deseos deben dejarse de lado, y nada debe interponerse entre Uno Mismo y Dios. El amor que surge del corazón del devoto debe fluir sin impedimentos hacia Dios. El amor a Dios debe ser totalmente inmune a las vicisitudes de la vida.
Dharmaja, el mayor de los Pandavas, es un ejemplo de alguien que logró este tipo de devoción enfocada. Permaneció imperturbable incluso cuando su esposa Draupadi fue sometida a una humillación extrema en la corte real. De manera similar, cuando Abhimanyu, el hijo de Arjuna, fue muerto en la batalla, Dharmaja aceptó el veredicto del destino con perfecta ecuanimidad. También permaneció igualmente sereno cuando Aswatthama, el hijo de Dronacharya, masacró sin piedad a todos los descendientes de los Pandavas. Ni siquiera se inmutó cuando él y sus hermanos tuvieron que pasar largos años en el exilio en la selva, renunciando a todas las comodidades reales a las que estaban acostumbrados. Todo esto fue posible para Dharmaja porque su mente estaba siempre absorta en la contemplación de Krishna. Estaba constantemente pensando en Krishna, siempre cantando Su Nombre, y por lo general ajeno a lo que sucedía a su alrededor.
Dharmaja no estaba solo en tal devoción enfocada. Su esposa Draupadi también pensaba en Krishna incesantemente y cantaba Su Nombre constantemente. Tras el atroz asesinato de los tiernos hijos de los Pandavas, Arjuna rastreó a Aswatthama, el perpetrador de la atrocidad, y lo arrastró ante Draupadi. ¿Y qué hizo ella en esa ocasión? ¿Maldijo al asesino? ¿Explotó de furia? No; con gran tolerancia le dijo a Aswatthama:
«Estos niños estaban en casa
y no entraron al campo de batalla;
tampoco cazaron ni mataron;
eran solo pequeños,
desprovistos de todo sentimiento de rencor.
¿Por qué entonces los golpeaste cruelmente,
y en la oscuridad de la noche los masacraste?
Eran los hijos de los discípulos de Dronacharya,
ese mismo Drona,
que también era tu padre y gurú.
¿Puedes declarar con verdad,
que lo que hiciste era correcto?»
Bhima no pudo soportar ver lo que Draupadi estaba haciendo. ¡Ahí estaba Aswatthama esperando ser castigado severamente por su acto vil, y Draupadi intentaba razonar con ese monstruo malvado! Explotando de ira, Bhima rugió:
«Aquí está este demonio,
que ha masacrado a nuestros hijos,
y esta mujer insensata
¡intenta razonar con él!
¿Debería perdonarse al asesino,
o tratárselo como lo merece?
Si nadie está dispuesto a castigarlo,
¡yo, con mis propias manos,
lo aplastaré hasta convertirlo en pulpa!»
Consumidos por la furia, la mayoría de los Pandavas estaban a punto de lanzarse sobre Aswatthama. Draupadi levantó la mano y dijo:
—Deténganse, no deben matar ni dañar a esta persona.
«¡Oh, Partha! Es incorrecto matar
a quien tiene miedo,
a quien ha perdido el coraje,
a quien está dormido,
a quien está ebrio,
a quien busca refugio,
y finalmente, a una mujer.
No deben matar a Aswatthama, pues es el hijo de su preceptor. Solo rápenle la cabeza como castigo simbólico y déjenlo en libertad».
Así reaccionó Draupadi ante la situación. No tenía el menor odio hacia quien había eliminado sin piedad a todos los descendientes de los Pandavas. Entre los Pandavas, Dharmaja y Draupadi eran dos joyas preciosas. Fue su constante contemplación de Krishna lo que les permitió enfrentar todas las adversidades con ecuanimidad y mostrar magnanimidad, así como tolerancia, en las circunstancias más difíciles.
Draupadi cantaba constantemente:
«Kleem, Krishnaya, Govindaya, Gopijana Vallabhaya, Swaha!»
Este canto sagrado tiene un profundo significado. Kleem representa prithvi o la tierra. Krishnaya significa jala o el agua. De manera similar, Govindaya hace referencia a agni o fuego. Asimismo, las otras palabras se refieren respectivamente a vayu o el aire, y akasha o el éter. En resumen, las palabras de este canto sagrado aluden a los cinco elementos. A través de este canto, Draupadi proclamaba su creencia de que Krishna, el Supremo, no solo es inmanente en todos los elementos, sino que Él mismo es los elementos. Así era la profunda manera en que tanto Dharmaja como Draupadi meditaban en Krishna. Krishna lo es todo y también es perfecto. Por lo tanto, sin importar las circunstancias, Él está más allá de toda crítica y reproche. Estos son los brillantes ejemplos de devoción disponibles en la cultura bharatiya.
La verdadera devoción no está limitada por rituales, procedimientos establecidos ni formas prescritas. Se ejemplifica en el torrente de lágrimas que provienen del mar de amor en sus corazones. El Gita habla de diversas ofrendas al Señor, como patram (hoja), pushpam (flor), phalam (fruto) y toyam (agua). Estas palabras no deben tomarse literalmente. Por hoja, el Señor no se refiere a la hoja de tulsi o bilva comúnmente usada en la adoración ritual. En verdad, el cuerpo humano es la hoja que debe ofrecerse al Señor. Como la hoja de un árbol, el cuerpo humano también morirá y se descompondrá algún día. Nadie puede decir cuándo ocurrirá eso. Antes de que tal destino acontezca, el cuerpo, en su plenitud, frescura y pureza, debe ofrendarse al Señor con las palabras:
«¡Oh Señor! Este cuerpo que Tú me diste,
te lo ofrezco reverentemente de vuelta,
tratándolo como una hoja,
en el espíritu en que se ofrendan las hojas de tulsi».
¿Por qué es especial esta hoja llamada cuerpo? Porque no es el tipo de hoja que se seca en uno o dos días. Deben decir con sentimiento: «Señor, no sé qué tipo de hoja te complacería. Tengo este cuerpo, y te lo ofrezco. Por favor, trátalo como una hoja y acéptalo». Luego, flor. Debes decir:
«Oh Dios, que me has dado un corazón,
ese mismo corazón te ofrezco de vuelta
junto con mis humildes salutaciones.
¿Qué más hay para ofrecer?»
La flor de sus corazones es lo que más complace al Señor, no las flores compradas en el mercado. Las flores del mercado se marchitan en unas pocas horas, pero el corazón no es así. Totalmente puro, fragante, empapado de amor y perfecto, no se marchita fácilmente. Después de esto, el fruto. ¿Qué fruto complacería a Dios? ¿Una manzana, una naranja, un mango u otra cosa? Dios no está interesado en los frutos que crecen en un árbol; ¡está interesado en la mente de ustedes! Por lo tanto, la mente es el fruto que debe ofrecerse al Señor. Por último, lo que el Señor quiere de ustedes es el agua.¿Es agua de grifo, de pozo o del Ganges? Ninguna de estas. Lo que Dios espera son las lágrimas de alegría que fluyen cuando su corazón está lleno de amor por Él. Estas son, entonces, las ofrendas que el Señor espera cuando lo adoran.
Sathyabhama, una de las consortes de Krishna, tuvo una vez la idea de que, usando su riqueza, podría asegurarse a Krishna exclusivamente para sí misma. ¿Puede Dios comprarse alguna vez con dinero? ¡No! Solo el amor puede obtenerlo; pero Sathyabhama no apreciaba esto. El sabio Narada apareció en escena en este momento, y le presentaron este asunto. Narada es quien imparte sabiduría. Queriendo darle una lección a Sathyabhama, decidió montar una pequeña actuación. Pidió que trajeran una gran balanza y luego invitó a Krishna a sentarse en uno de los platillos. Krishna, por supuesto, sabía muy bien lo que Narada tramaba y, sonriendo, complació al sabio. Narada entonces pidió a Sathyabhama que colocara oro en el otro platillo. Pero, ¡oh, sorpresa! No importaba cuánto oro se colocara en el otro platillo, la balanza se negaba a equilibrarse. Sathyabhama se sintió completamente frustrada. Buscando consejo, fue a Rukmini, la otra consorte de Krishna, que en ese momento estaba ocupada en la adoración de Tulsi. Después de escuchar lo que Sathyabhama tenía que decir, Rukmini comentó: —Dios pertenece a todos y reside en cada ser como el Morador Eterno. Nadie puede tener el monopolio de Dios, ni es bueno siquiera albergar tal deseo. Luego se retiró el oro, y Narada ahora pidió a Rukmini que intentara igualar el peso de Krishna de alguna manera. Rukmini respondió: —Oh, sabio, creo que la Forma de Krishna puede equilibrarse solo pronunciando Su Nombre, y eso es lo que voy a hacer. Narada no estuvo dispuesto a aceptar este plan, y dijo: —La Forma es visible y tangible, mientras que el Nombre no lo es. Quiero que iguales la Forma de Krishna con algo que tenga forma. Rukmini estuvo de acuerdo. Tomó una hoja de tulsi en su mano y oró:
«Oh, Dios, que eres adorado con hojas, flores, frutos y agua,
si es verdad que te sometes
cuando se te ofrece amor puro en lugar de todo esto,
te pido que tu propio Nombre te equilibre,
y que después inclines la balanza con esta hoja de tulsi».
Así orando, Rukmini dijo: «¡Krishna!» Inmediatamente, la balanza se equilibró, aunque uno de los platillos estaba totalmente vacío. Luego Rukmini colocó la hoja de tulsi en el platillo vacío, y el platillo que llevaba a Krishna subió instantáneamente; ¡el Señor había sido más que igualado!
Esta historia enseña que el Señor se somete solo a la devoción pura; no puede obtenerse de ninguna otra manera; menos aún, ¡no puede comprarse! No hay nada más grande que la pura bhakti, por lo que se le otorga un estatus tan exaltado en la cultura bharatiya. Nuestros antepasados sostenían que la devoción es más valiosa que toda la riqueza material que se pueda soñar. Es esta riqueza la que el hombre debe buscar realmente, en lugar del oro. De hecho, es el deber ineludible del hombre adquirir esta riqueza; y no tiene que ir lejos para buscarla, pues este tesoro ya está encerrado dentro de él.
En cada ser humano hay siete chakras o centros de poder psíquico, llamados shad chakras. Estos chakras han sido interpretados de varias maneras. Entre estos, los dos más importantes son el hridaya chakra y el sahasrara chakra. Se describen como flores de loto especiales, la primera con ocho pétalos radiantes y la segunda con mil pétalos. Se dice que una comprensión profunda de los principios que subyacen en estos dos chakras facilitaría la obtención del estado de divinidad. La flor del corazón representa a Dios, mientras que cada pétalo del sahasrara representa dieciséis aspectos de la Divinidad. Así, los mil pétalos del sahasrara representan en total dieciséis mil aspectos de la Divinidad. Las dieciséis mil gopikas (pastoras) de las que hablan las escrituras no representan sino dieciséis mil variantes de la Divinidad. Se dice que uno se libera cuando asciende del hridaya chakra al sahasrara chakra. ¿Qué significa esto realmente? Simplemente esto: así como los pétalos disuelven su identidad individual y se fusionan para formar una flor radiante, las gopikas se fusionaron en el Dios Omnipresente, Omnipotente y Omnisciente. La unión de las gopikas y Dios es, en el lenguaje de los chakras, la unión de los dos chakras importantes mencionados anteriormente. Dios es el Supremo Maestro Divino, y todo en la creación le pertenece. Todos los seres son de Su propiedad. La flor del sahasrara [que representa a la mente] es de Su propiedad, y debe ofrecerse solo a Él. El Ramayana proporciona una ilustración.
Sita es la hija de la Madre Tierra, y es la consorte de Rama, esto en lo que respecta al Ramayana. En términos espirituales, Rama es Paramatma (Dios) y Sita es prakriti (la naturaleza). La naturaleza fue creada por Dios y pertenece a Dios. En el Ramayana, esto se simboliza por el matrimonio de Sita y Rama; este matrimonio representa la unidad eterna y la naturaleza inseparable de Dios y Su Creación. Ravana, que no entendió estas sutilezas, intentó raptar a Sita y pagó caro por ello. Hacia el final, la esposa de Ravana, Mandodari, dijo: —Ravana: Sri Rama es Dios mismo, y Sita es la encarnación de la Madre Suprema. Has cometido un crimen atroz al raptar a Sita. ¿Qué derecho tienes a tomar lo que pertenece a otro? Arrepiéntete al menos ahora por lo que has hecho. Ve a Rama, cae a Sus pies, pide Su perdón y devuélvele a Sita. Pero, lamentablemente, cuando el desastre llama, la mente se pervierte; así que Ravana ignoró el consejo de Mandodari y luego pagó el precio de su temeridad.
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